Nuestra Señora de Fátima

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Nombre: Angeles

jueves, 21 de febrero de 2008

Ceremonia de Dedicación de la primera Iglesia construida por los Heraldos del Evangelio,



Ceremonia de Dedicación de la primera Iglesia construida por los Heraldos del Evangelio, en São Paulo (Brasil).
Será transmitida en directo por el Canal EWTN
El Cardenal Franc Rodé, CM, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, del Vaticano, Presidirá la Ceremonia de Dedicación de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, en São Paulo (Brasil).
El próximo domingo, día 24, de febrero, a las 9:30 hs (horario de Brasil), el Cardenal Franc Rodé, CM, Presidirá la Ceremonia de Dedicación de la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima del Tabor; la primera Iglesia que construuyen los Heraldos del Evangelio.
La ceremonia de inauguración de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Fátima será transmitida en vivo y en directo por el Canal EWTN, también conocido como el canal de la Madre Angélica, para todo el mundo Inglés y Español, de los cinco continentes.
Para sintonizar el canal EWTN es necesario estar suscrito a un proveedor de TV por cable o satelital que incluya este canal entre su paquete de programación. Casi todos los proveedores de América Latina, EEUU y España ofrecen EWTN.
También es posible acceder por Internet, por medio del website: http://www.ewtn.com/spanish/audiovideo/index.asp para ver la transmisión en directo.
La Transmisión en directo comenzará a las 14:00 hs (horario de España).
El Domingo, 24 de febrero, no se pierdan esta transmisión. Y si es de su agrado, como así lo esperamos, no dejen de agradecer al Canal EWTN por haberlo transmitido en directo.

domingo, 17 de febrero de 2008

Carisma


El carisma de los Heraldos del Evangelio se ve expresado en el sublime mandamiento de Jesucristo: "Sed pues vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto. (Mt. 5, 48).
Para el Heraldo del Evangelio, este llamamiento a la perfección no debe quedarse restringido a sus actos interiores, sino que se debe exteriorizar en sus actividades, de manera que reflejen a Dios. Eso quiere decir que debe revestir de ceremonial sus acciones cotidianas, ya sea en la intimidad de su vida particular, ya sea en público, en la obra evangelizadora, en las relaciones con los hermanos, en la participación en la Liturgia, en las presentaciones musicales o teatrales, o en cualquier otra circunstancia.
Esta búsqueda de la perfección significa no sólo abrazar la verdad, practicar la virtud, sino hacerlo también con pulcritud, con belleza, que puede ser importante elemento de santificación. No sin razón nos recuerda el Santo Padre, en la Carta a los Artistas, la oportuna enseñanza del Concilio Vaticano II:
"Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración ."

Espiritualidad



En los primeros artículos de sus Estatutos se encuentra trazada la vocación de los Heraldos del Evangelio: "La Asociación ha nacido con el propósito de ser instrumento de santidad en la Iglesia, ayudando a sus miembros para que respondan generosamente al llamamiento a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, favoreciendo y alentando, con tal fin, la unidad más íntima entre la vida práctica y la fe de los mismos... Además, la Asociación tiene como fin que sus miembros participen activa, consciente y responsablemente en la misión salvífica de la Iglesia mediante el apostolado, al que están destinados por el Señor en virtud del bautismo y de la confirmación; actuando en favor de la evangelización, de la santificación y de la animación cristiana de las realidades temporales."
Existen dos dimensiones en la vocación de los Heraldos del Evangelio: una vertical, respecto a las relaciones con Dios; otra horizontal, la del compromiso con los hermanos que se traduce en un empeño evangelizador. Ésta última es la consecuencia de una unión con Cristo, como bien nos recuerda el Santo Padre en su luminosa Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte: "Sin mí nada podéis hacer" (Jn. 15, 5).
La primera dimensión está expresada en el emblema de la Asociación: la Eucaristía, María y la Cátedra de Pedro. Son éstos los tres pilares de la espiritualidad del Heraldo del Evangelio.

viernes, 15 de febrero de 2008

II. LA ORACIÓN ES NECESARIA PARA VENCER LAS TENTACIONESY GUARDAR LOS MANDAMIENTOS

II. LA ORACIÓN ES NECESARIA PARA VENCER LAS TENTACIONESY GUARDAR LOS MANDAMIENTOS
Es además la oración el arma más necesaria par defendemos de los enemigos de nuestra alma. EL que no se vale de ella, dice Santo Tomás, está perdido. El Santo Doctor no duda en afirmar que cayó Adán porque no acudió a Dios en el momento de la tentación. Lo mismo dice San Gelasio, hablando de los ángeles rebeldes: No aprovecharon la gracia de Dios y porque no oraron, no pudieron conservarse en santidad. San Carlos Borromeo dice en una de sus cartas pastorales que de todos los medios que el Señor nos dio en el evangelio, el que ocupa el primer lugar es la oración. Y hasta quiso que la oración fuera el sello que distinguiera su Iglesia de las demás sectas, pues dijo de ella que su casa era casa de oración: Mi casa será llamada casa de oración. Con razón, pues, concluye San Carlos en la referida pastoral, que la oración es el principio, progreso y coronamiento de todas las virtudes. Y es esto tan verdadero que en las oscuridades del espíritu, en las miserias y peligros en que tenemos que vivir sólo hallamos un fundamento para nuestra esperanza, y es el levantar nuestros ojos a Dios y alcanzar de su misericordia por la oración nuestra salud eterna.Eso es verdad, porque después del pecado de nuestro primer padre Adán que nos dejó tan débiles y sujetos a tantas enfermedades, ¿habrá uno solo que se atreva a pensar que podemos resistir los ataques de los enemigos de nuestra alma y guardar los divinos mandamientos, si no tuviéramos en nuestra mano la oración, con la cual pedimos al Señor la luz y la fuerza para observarlos? Oigamos a San Agustín: Verdad es que el hombre con sus solas fuerzas y con la gracia ordinaria y común que a todos es concedida no puede observar algunos mandamientos, pero tiene en sus manos la oración y con ella podrá alcanzar esa fuerza superior que necesita para guardarlos. Estas son textuales palabras: Dios cosas imposibles no manda, pero, cuando manda, te exhorta a hacer lo que puedes y a pedir lo que no puedes, y entonces te ayuda para que lo puedas. Tan célebre es este texto del gran Santo que el Concilio de Trento se lo apropió y lo declaró dogma de fe. Mas, ¿cómo podrá el hombre hacer lo que no puede? Responde al punto el mismo Doctor a continuación de lo que acaba de afirmar: Veamos y comprenderemos que lo que por enfermedad o vicio del alma no puede hacer, podrá hacerlo con la medicina. Con lo cual quiso damos a entender que con la oración hallamos el remedio de nuestra debilidad, ya que cuando rezamos nos da el Señor las fuerzas necesarias para hacer lo que no podemos. Sigue hablando el mismo San Agustín y dice: Sería temeraria insensatez pensar que por una parte nos impuso el Señor la observancia de su divina ley y por otra que fuera esa ley imposible de cumplir. Por eso añade: Cuando el Señor nos hace comprender que no somos capaces de guardar todos sus santos preceptos, nos mueve a hacer las cosas fáciles con la gracia ordinaria que pone siempre a nuestra disposición: para hacer las más difíciles nos ofrece una gracia mayor que podemos alcanzar con la oración. Y si alguno opusiere por qué nos manda el Señor cosas que están por encima de nuestras fuerzas, le responde el mismo Santo: Nos manda algunas cosas que no podemos para que por ahí sepamos qué cosas le tenemos que pedir. Y lo mismo dice en otro lugar con estas palabras: Nadie puede observar la ley sin la gracia de Dios, y por esto cabalmente nos dio la ley, para que le pidiéramos la gracia de guardarla. Y en otro pasaje viene a exponer igual doctrina el mismo San Agustín. He aquí sus palabras: Buena es la ley para aquel que debidamente usa de ella. Pero ¿qué es usar debidamente de la ley? A esta pregunta contesta: Conocer por medio de la ley las enfermedades de nuestra alma y buscar la ayuda divina para su remedio. Lo cual quiere decir que debemos servirnos de la ley ¿para qué?, para llegar a entender por medio de la ley (pues no tendríamos otro camino) la debilidad de nuestra alma y su impotencia para observarla. Y entonces pidamos en la oración la gracia divina que es lo único que puede curar nuestra flaqueza. Esto mismo vino a decir San Bernardo, cuando escribió: ¿Quiénes somos nosotros y qué fortaleza tenemos para poder resistir a tantas tentaciones? Pero esto cabalmente era lo que pretendía el Señor: que entendamos nuestra miseria y que acudamos con toda humildad a su misericordia, pues no hay otro auxilio que nos pueda valer. Muy bien sabe el Señor que nos es muy útil la necesidad de la oración, pues por ella nos conservamos humildes y nos ejercitamos en la confianza. Y por eso permite el Señor que nos asalten enemigos que con nuestras solas fuerzas no podemos vencer, para que recemos y por ese medio obtengamos la gracia divina que necesitamos. Conviene sobre todo que estemos persuadidos que nadie podrá vencer las tentaciones impuras de la carne si no se encomienda al Señor en el momento de la tentación. Tan poderoso y terrible es este enemigo que cuando nos combate se apagan todas las luces de nuestro espíritu y nos olvidamos de las meditaciones y santos propósitos que hemos hecho, y no parece sino que en esos momentos despreciamos las grandes verdades de la fe y perdemos el miedo de los castigos divinos. Y es que esa tentación se siente apoyada por la natural inclinación que nos empuja a los placeres sensuales. Quien en esos momentos no acude al Señor está perdido. Ya lo dijo San Gregorio Nacianceno: La oración es la defensa de la pureza Y antes lo había afirmado Salomón: Y como supe que no podía ser puro, si Dios no me daba esa gracia, a Dios acudí y se la pedí. Es en efecto la castidad una virtud que con nuestras propias fuerzas no podemos practicar, necesitamos la ayuda de Dios, mas Dios no la concede sino a aquel que se la pide. El que la pide, ciertamente la obtendrá. Por eso sostiene Santo Tomás contra Jansenio que no podemos decir que la castidad y otros mandamientos sean imposibles de guardar, pues si es verdad que por nosotros mismos y con nuestras solas fuerzas no podemos, nos es posible sin embargo con la ayuda de la divina gracia. Y que nadie ose decir que parece linaje de injusticia mandar a un cojo que ande derecho. No, replica San Agustín, no es injusticia, porque al lado se le pone el remedio para curar de su enfermedad y remediar su defecto. Si se empeña en andar torcidamente suya será la culpa. En suma diremos con el mismo santo Doctor que no sabrá vivir bien quien no sabe rezar bien. Lo mismo afirma San Francisco de Asís, cuando asegura que no puede esperarse fruto alguno de un alma que no hace oración. Injustamente por tanto se excusan los pecadores que dicen que no tienen fuerzas para vencer las tentaciones. ¡Qué atinadamente les responde el apóstol Santiago cuando les dice: Si las fuerzas os faltan ¿por qué no las pedís al Señor? ¿No las tenéis? Señal de que no las habéis pedido. Verdad es que por nuestra naturaleza somos muy débiles para resistir los asaltos de nuestros enemigos, pero también es cierto que Dios es fiel, como dice el Apóstol y que por tanto jamás permite que seamos tentados sobre nuestras fuerzas. Oigamos las palabras de San Pablo: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis manteneros. Comentando este pasaje, Primacio dice: Antes bien os dará la ayuda de la gracia para que podáis resistir la violencia de la tentación. Débiles somos, pero Dios es fuerte, y, cuando le invocamos, nos comunica su misma fortaleza y entonces podemos decir con el Apóstol: Todo lo puedo con la ayuda de aquél que es mi fortaleza. Por lo que el que sucumbe, porque no ha rezado, no tiene excusa, dice San Juan Crisóstomo, pues si hubiera rezado hubiera sido vencedor de todos sus enemigos.

jueves, 14 de febrero de 2008

El Gran medio de la Oración San Alfonso María de Ligorio Doctor de la Iglesia

El Gran medio de la Oración San Alfonso María de Ligorio Doctor de la Iglesia
La oración, por ser ella un medio necesario y seguro para alcanzar la salvación y todas las gracias que para ella necesitamos. Hablo así, porque veo, por una parte, la absoluta necesidad que tenemos de la oración, tan inculcada en las sagradas Escrituras y por todos los Santos Padres; y por otra, el poco cuidado que los cristianos tienen en practicar este gran medio de salvación. Y lo que me aflige todavía más es ver que los predicadores y confesores poco hablan de esto a sus auditorios y a sus penitentes; y que los libros piadosos que andan hoy en manos de los fieles no hablan abundantemente de este tema, pese a que todos los predicadores, confesores y todos los libros no deberían insistir en otra cosa con la mayor premura y calor que ésta de la oración. Pero, digo yo, ¿de qué sirven las prédicas, las meditaciones y todos los otros medios que dan los maestros de la vida espiritual sin la oración, cuando el Señor ha dicho que no quiere conceder sus gracias sino al que reza? Pedid y recibiréis. Sin oración, según los planes ordinarios de la providencia, inútiles serán las meditaciones, nuestros propósitos y nuestras promesas. Si no rezamos seremos infieles a las gracias recibidas de Dios y a las promesas que hemos hecho en nuestro corazón. La razón de esto es que para hacer en esta vida el bien, para vencer las tentaciones, para ejercitarnos en la virtud, en una sola palabra, para observar totalmente los mandamientos de Dios, no bastan las gracias recibidas ni las consideraciones y propósitos que hemos hecho, se necesita sobre todo la ayuda actual de Dios y esta ayuda actual no la concede Dios Nuestro Señor sino al que reza y persevera en la oración. Lo probaremos más adelante. Las gracias recibidas, las meditaciones que hemos concebido sirven para que en los peligros y tentaciones sepamos rezar y con la oración obtengamos el socorro divino que nos Preserva del pecado, mas si en esos grandes peligros no rezamos, estamos perdidos sin remedio, porque, todos los que se salvan – hablando de los adultos – ordinariamente por este único medio se salvan. Da por tanto gracias al Señor, porque es una misericordia demasiado grande para con aquellos a quienes da la luz y la gracia de rezar. Abrigo la esperanza, hermano mío amadísimo, que cuando hayas terminado de leer esto no serás perezoso en acudir a Dios con la oración si te asaltan tentaciones de ofenderle. Si entras en tu conciencia y la hallas manchada con graves culpas, piénsalo bien y verás que el mal te vino porque dejaste de acudir a Dios y no le pediste su poderosa ayuda para vencer las tentaciones que asaltaban tu alma. Déjame por tanto que te suplique que leas y releas con toda atención estas páginas no porque son mías, sino porque aquí hallarás el medio que el Señor pone en tus manos para alcanzar tu eterna salvación. Así te manifiesta por este camino que te quiere salvar. Y otra cosa te pediré y es que después de leerlo procures por los medios que estén a tu alcance que lo lean también tus amigos, vecinos y cuantos te rodean. Dicho esto ... comencemos en el nombre del Señor. SE DICE QUÉ COSA ES ORACIÓNY SE PROPONE EL PLAN DE TODA LA OBRAEscribía el apóstol San Pablo a su discípulo Timoteo, Recomiendo ante todas las cosas que se hagan súplicas, oraciones, rogativas, acciones de gracias (1 Tim. 2.1). Comentando estas palabras, el Doctor Angélico dice que oración es elevar la mente a Dios. Completando esta definición con lo que enseñan recientes catecismos, puede decirse que la oración es la elevación del alma y del corazón a Dios, para adorarle, darle gracias y pedirle lo que necesitamos. En este sentido hemos de entenderla cuando tratemos de oraciones y súplicas en la presente obra. Y para que nos vayamos aficionando a este gran medio de nuestra salvación eterna, que llamamos "oración", hemos de decir en primer lugar cuán necesaria nos es y la eficacia que tiene para alcanzar de Dios todas las gracias que deseamos, si se las pedimos como es debido. Así, pues, en esta obra trataremos tres cosas muy principales: I. Necesidad y valor de la oración. 2. Eficacia de la oración. 3. Condiciones que ha de tener para que sea eficaz ante Dios. Luego pasaremos a demostrar en una segunda parte que la gracia de orar se les concede a todos. Será entonces el momento oportuno para explicar cuál es el modo ordinario con el cual opera la gracia. CAPÍTULO II. NECESIDAD DE LA ORACIÓNSan Agustín enseñaba que la oracion es el único camino para adquirir la ciencia de los santos, como claramente lo escribía el apóstol Santiago: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría pídasela a Dios, que a todos la da copiosamente y le será otorgada. Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas Escrituras, cuando quieren demostramos la necesidad que de la oración tenemos para salvarnos ... Es menester orar siempre y no desmayar ... Vigilad y orad para no caer en la tentación. Pedid y se os dará ... Está bien claro que las palabras: Es menester... orad ... pedid significan y entrañan un precepto y grave necesidad. Así cabalmente lo entienden los teólogos. Decia el doctor Leonardo Lessio: no se puede negar la necesidad de la oración a los adultos para salvarse sin pecar contra la fe, pues es doctrina evidentísima de las sagradas Escrituras que la oración es el único medio para conseguir las ayudas divinas necesarias para la salvación eterna.
La razón de esto es clarísima. Sin el socorro de la divina gracia no podemos hacer bien alguno: Sin mí nada podéis hacer, dice Jesucristo. Sobre estas cosas escribe acertadamente San Agustín y advierte que no dice el Señor que nada podemos terminar, sino que nada podemos hacer. Con ello nos quiso dar a entender nuestro Salvador que sin su gracia no podemos realizar el bien. Y el Apóstol parece que va más allá, pues escribe que sin la oración ni siquiera podemos tener el deseo de hacerlo. Por lo que podemos sacar esta lógica consecuencia: que si ni siquiera podemos pensar en el bien, tampoco podemos desearlo ... Y lo mismo testifican otros muchos pasajes de la Sagrada Escritura. Así lo declaró solemnemente el Concilio de Trento: Si alguno dijere que el hombre sin la previniente inspiración del Espíritu Santo y sin su ayuda puede creer, esperar, amar y arrepentirse como es debido para que se le confiera la gracia de la justificación, sea anatema. Por esto decimos que el hombre por sí solo es completamente incapaz de alcanzar la salvación eterna, porque dispuso el Señor que cuanto tiene y pueda tener, todo lo tenga con la ayuda de su gracia. Y apresurémonos a decir que esta ayuda de la gracia, según su providencia ordinaria, no la concede el Señor, sino a aquel que reza, como lo afirma la célebre sentencia de Gennadio: Firmemente creemos que nadie desea llegar a la salvación si no es llamado por Dios ... que nadie camina hacia ella sin el auxilio de Dios ... que nadie merece ese auxilio, sino el que se lo pide a Dios. Pues si tenemos, por una parte, que nada podemos sin el socorro de Dios y por otra que ese socorro no lo da ordinariamente el Señor sino al que reza ¿quién no ve que de aquí fluye naturalmente la consecuencia de que la oración es absolutamente necesaria para la salvación? Verdad es que las gracias primeras, como la vocación a la fe y la penitencia las tenemos sin ninguna cooperación nuestra, según San Agustín, el cual afirma claramente que las da el Señor aun a los que no rezan. Pero el mismo doctor sostiene como cierto que las otras gracias, sobre todo el don de la perseverancia, no se conceden sino a los que rezan. De aquí que los teólogos como San Basilio, San Juan Crisóstomo, Clemente Alejandrino y otros muchos, entre los cuales se halla San Agustín, sostienen comúnmente que la oración es necesaria a los adultos y no tan sólo necesaria como necesidad de precepto, como dicen las escuelas, sino como necesidad de medio. Lo cual quiere decir que, según la providencia ordinaria de Dios, ningún cristiano puede salvarse sin encomendarse a Dios pidiéndole las gracias necesarias para su salvación. Y lo mismo sostiene Santo Tomás con estas graves palabras: Después del Bautismo le es necesaria al hombre continua oración, pues si es verdad que por el bautismo se borran todos los pecados, no lo es menos que queda la inclinación desordenada al pecado en las entrañas del alma y que por fuera el mundo y el demonio nos persiguen a todas horas. He aquí como el Angélico Doctor demuestra en pocas palabras la necesidad que tenemos de la oración. Nosotros, dice, para salvarnos tenernos que luchar y vencer, según aquello de San Pablo: El que combate en los juegos públicos no es coronado, si no combatiere según las leyes. Sin la gracia de Dios no podemos resistir a muchos y poderosos enemigos ... Y como esta gracia sólo se da a los que rezan, por tanto sin oración no hay victoria, no hay salvación. Que la oración sea el único medio ordinario para alcanzar los dones divinos lo afirma claramente el mismo Santo Doctor en otro lugar, donde dice que el Señor ha ordenado que las gracias que desde toda la eternidad ha determinado concedernos nos las ha de dar sólo por medio de la oración. Y confirma lo mismo San Gregorio con estas palabras. Rezando alcanzan los hombres las gracias que Dios determinó concederles antes de todos los siglos. Y Santo Tomás sale al paso de una objeción con esta sentencia: No es necesario rezar para que Dios conozca nuestras necesidades, sino más bien para que nosotros lleguemos a convencernos de la necesidad que tenemos de acudir a Dios para alcanzar los medios convenientes para nuestra salvación y por este camino reconocerle a El como autor único de todos nuestros bienes. Digámoslo con las mismas palabras del Santo Doctor: Por medio de la oración acabamos de comprender que tenemos que acudir al socorro divino y confesar paladinamente que El solo es el dador de todos nuestros bienes. A la manera que quiso el Señor que sembrando trigo tuviéramos pan y plantando vides tuviéramos vino, así quiso también que sólo por medio de la oración tuviéramos las gracias necesarias para la vida eterna. Son sus divinas palabras Pedid.. y se os dará ... Buscad y hallaréis. Confesemos que somos mendigos y que todos los dones de Dios son pura limosna de su misericordia. Así lo confesaba David: Yo mendigo soy y pobrecito. Lo mismo repite San Agustín: Quiere el Señor concedernos sus gracias, pero sólo las da a aquel que se las pide. Y vuelve a insistir el Señor: Pedid y se os dará ... Y concluye Santa Teresa: Luego el que no pide, no recibe ... Lo mismo demuestra San Juan Crisóstomo con esta comparación: A la manera que la lluvia es necesaria a las plantas para desarrollarse y no morir, así nos es necesaria la oración para lograr la vida eterna Y en otro lugar trae otra comparación el mismo Santo: Así como el cuerpo no puede vivir sin alma, de la misma manera el alma sin oración está muerta y corrompida. Dice que está corrompida y que despide hedor de tumba, porque aquel que deja de rezar bien pronto queda corrompido por multitud de pecados. Llámase también a la oración alimento del alma porque si es verdad que sin alimento no puede sostenerse la vida del cuerpo, no lo es menos que sin oración no puede el alma conservar la vida de la gracia. Así escribe San Agustín. Todas estas comparaciones de los santos vienen a demostrar la misma verdad: la necesidad absoluta que tenemos de la oración para alcanzar la salvación eterna.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Sobre la existencia del infierno hay unidad del Magisterio



Sobre la existencia del infierno hay unidad del Magisterio

Lima (Perú), 13
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Feb. 08 (AICA)

El infierno (de Luca Signorelli)
“No hay una oposición, sino una perfecta unidad entre lo que dice Benedicto XVI y el recordado Juan Pablo II. Es una verdad muy clara; por lo tanto, es una manera fácil de atacar a la Iglesia y al Papa”, afirmó el cardenal Juan Luis Cipriani al tratar el tema de la existencia del infierno, en su programa “Diálogo de Fe”, del sábado 9 de febrero. El Arzobispo de Lima expresó que cuando el periodismo intenta enfrentar al papa Benedicto XVI con Juan Pablo II es el mayor cinismo que puede haber. “En lugar de ir al fondo de las cosas, como por ejemplo cómo estamos viviendo en este mundo y qué pasa en la otra vida, van por el camino fácil enfrentando a Benedicto XVI con Juan Pablo II. El tema no está para burlas, y por supuesto, es falso ya que en ningún aspecto se contradicen las enseñanzas del Papa”, manifestó. Invitó a todos a ser sinceros, “No hagamos burlas fáciles, démonos cuenta que hay una eternidad de felicidad que es francamente buena, pero que somos libres de aceptarla o rechazarla”. “No juguemos con el amor de Jesús que quiere que todos nos salvemos, pero hace falta que cada uno con su libertad, su responsabilidad y con esa humildad de nuestra Madre, la Virgen María, aceptemos nuestros pecados para pedir perdón por ellos”. Por otro lado, el cardenal Cipriani explicó que el infierno es algo que Dios ha querido movido por el amor, para ayudarnos a hacer el bien, buscar la verdad, a confiar entre unos y otros. Mencionó que Dios nos envió a su Hijo para que esté con nosotros, nos explique y nos enseñe; y también iluminó a varias personas, como Santa Teresa de Jesús o San Juan Crisóstomo, para mostrarnos un ejemplo de cómo es el infierno, con el fin de hacernos ver por amor que debemos evitar ese castigo. Asimismo, manifestó que existen varios pasajes de las Sagradas Escrituras en el que Dios nos enseña que hay un cielo y un infierno, revelaciones del mismo Dios. “El infierno es un conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno”. El Pastor de Lima indicó también que la Iglesia nos enseña que en el infierno se distinguen dos tipos de castigo que son la pena de daño y la pena de sentido. “Dos grandes conjuntos de ideas que nos tratan de descifrar cómo es ese infierno”. “El que va al infierno y sufre la pena de daño está privado de Dios eternamente. Mientras que la pena de sentido, no sólo es el castigo de despojarnos de Dios, sino el dolor eterno en nuestros miembros, porque estos pecaron, y por lo tanto, la justicia divina también acude a esa situación de fuego”, concluyó.+

La Cuaresma

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Domingo de Ramos, día que se inicia la Semana Santa. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.
La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversion.

"Enséñanos la alegría, descubrenos la pobreza, Teresa, madre Teresa"

martes, 12 de febrero de 2008

MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE


MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE
Imagínate ahora como si estuvieses en el lecho, a punto de morir y de dejar todas las cosas de este mundo... Oh Dios mío, dadme una buena y santa muerte, y después la gloria eterna del Cielo... 1.- Soy joven, tengo salud y fuerzas; y casi parece que me he hecho la ilusión de que yo no he de morir. Y sin embargo mi vida pasa. ¡Cuántas veces he visto las aguas de un río, cómo van bajando, bajando hacia el mar! Así mi vida va caminando, caminando hacia el sepulcro. Cada día que pasa estoy un día más cerca de la muerte. Al viajar en ferrocarril, ¿no he visto cómo unos bajan en una estación, otros en otra, hasta que no queda nadie en el tren? Así en esta vida, unos acaban su viaje en la infancia, cuando son aún pequeñitos; otros, en plena juventud. ¿No he visto morir a algunos jóvenes, que quizá eran amigos o conocidos míos? ¿Llegará un día para mí la muerte? Ciertamente que sí. ¿Cuándo será? No lo sé. ¿En dónde moriré? No lo sé. ¿Cómo moriré? No lo sé, no lo sé. Piénsalo unos momentos. 2 ¿Qué es morir? Es separarse el alma del cuerpo. Han vivido siempre juntos, y es necesario separarse. El cuerpo, cada día lo vemos, es llevado al cementerio, en donde se deshace y se pudre. Pero el alma, ¿a dónde va? Este alma que tengo, que me hace conocer, recordar, querer, ¿dónde va? Ella no va al cementerio, sino que en el mismo instante en que se separa del cuerpo, se presenta ante el tribunal de Dios, el cual le pide cuenta de todo lo que ha pensado, dicho y hecho en toda su vida. Si ahora mismo tuvieras que presentarte delante de Dios, ¿estaría tranquila tu conciencia? Piénsalo bien. 3.- ¡Qué terrible ha de ser presentarse delante de Dios en pecado mortal y oír la sentencia de condenación eternal Ya no se puede volver atrás; el mundo ha pasado para siempre y la sentencia de Dios se cumplirá, sin que valgan súplicas ni excusas de ninguna clase. ¡Qué dulce y delicioso debe ser presentarse el alma en gracia de Dios, es decir, sin pecado mortal algunol ¡Qué alegría al ver que se le abren las puertas del Cielo, y que allí vivirá eternamente. Piénsalo bien. 4- ¿Qué prefieres? ¿Qué desearías haber hecho en la hora de tu muerte? Hazlo ahora, porque después quizá sería ya tarde. Forma el propósito de portarte bien, de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, de huir del pecado y de frecuentar devotamente los santos Sacramentos. No te dejes engañar de las vanidades del mundo, que a tantos condenan y que pronto han de acabar; trabaja por salvar tu alma, que no morirá nunca. Mira cómo te has portado hasta ahora; y si ves que no vas por el camino del Cielo, procura enmendarte y cambiar de vida. Piénsalo bien. P. Luis Rivera Solemnidad de Todos los Santos (1-11) y los fieles difuntos (2-11) La solemnidad de Todos los Santos como la conmemoración de los Difuntos, son dos celebraciones que recogen en sí, de un modo especial, la fe en la la vida eterna. Y aunque estos dos días nos ponen delante de los ojos lo ineludible de la muerte, dan, al mismo tiempo, un testimonio de la vida. El hombre, que según la ley de la naturaleza está "condenado a la muerte", que vive con la perspectiva de la destrucción de su cuerpo, vive, al mismo tiempo, con la mirada puesta en la vida futura y como llamado a la gloria. La solemnidad de Todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a todos aquellos que han alcanzado la plenitud de su llamada a la unión con Dios. El día que conmemora los Difuntos hace converger nuestros pensamientos hacia aquellos que, dejado este mundo, esperan alcanzar en la expiación la plenitud de amor que pide la unión con Dios. Se trata de dos días grandes para la Iglesia que, de algún modo, "prolonga su vida" en sus santos y también en todos aquellos que por medio del servicio a la verdad y el amor se están preparando a esta vida. Por esto la Iglesia, en los primeros días de noviembre, se une de modo particular a su Redentor que, por medio de su muerte y resurrección, nos ha introducido en la realidad misma de esta vida. Juan Pablo II Por los que amamos... No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... Ese día volverás a verme... Sentirás que te sigo amando, que te amé y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz... Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me Amas. Texto de San Agustín (aportado por Carmen Zeballos, FMA)

lunes, 11 de febrero de 2008

El P. Juan Clá ha tenido la gracia de recibir la bendición de Benedicto XVI



El P. Juan Clá ha tenido la gracia de recibir la bendición de Benedicto XVI

El padre Juan Scognamiglio Clá Díaz, presidente general de los Heraldos del Evangelio, Asociación Internacional de Derecho Pontificio, tuvo la gracia de saludar a Su Santidad Benedicto XVI, en la Audiencia General del día 25 de abril de 2007.

¿Cómo será la felicidad eterna?



¿Cómo será la felicidad eterna?
Por el P. João Clá Dias Presidente General de los Heraldos del Evangelio
Para los discípulos, la Transfiguración fue un gozo anticipado del Cielo y una consolación inmensa para enfrentar las duras pruebas de la Pasión y Muerte de Cristo. Todo bautizado también recibe consolaciones, como estímulo a la perseverancia en el servicio a Dios.
~ Evangelio ~
Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, qué bien estamos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo toda mi complacencia; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra, sobrecogidos de gran temor. Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos» (Mt 17, 1-9).
I – La inmensa felicidad del Paraíso Celestial
San Pablo declara a los Corintios haber sido arrebatado al Cielo en cierto momento de su vida, y haber oído allá palabras imposibles de transmitir y menos todavía de explicar: “…fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir” (2 Cor 12, 4).
De hecho, para los místicos se vuelve difícil exteriorizar sus experiencias interiores, por lo cual podemos comprender que a san Pablo le faltaran términos de comparación para describir lo que había sucedido con él, ya que, según lo dicho antes por él mismo, “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2, 9). Esta maravilla nos espera al momento de ingresar a la vida eterna, y debió ser un motivo considerable para la perseverancia de san Pablo hasta el momento de su martirio, pese a que entonces sólo viera reflejos del Absoluto que hoy contempla cara a cara.
Consideremos en profundidad –hasta donde puede llegar nuestra inteligencia fortalecida por la fe– cuál será la esencia de nuestra felicidad cuando ingresemos en la visión beatífica.
Visión beatífica y conocimiento de Dios a través de las criaturas Según Sto. Tomás de Aquino, todos los seres creados por Dios podrían haber sido superiores a excepción de tres: la humanidad de Cristo, por estar unida hipostáticamente a la persona del Hijo; la Virgen Santísima, por ser Madre de Dios; y la visión beatífica, por tratarse de la visión del propio Dios. 1
San Pablo afirma que nuestro conocimiento en las circunstancias actuales es imperfecto, pero “cuando llegue el fin desaparecerá eso que es imperfecto” (1 Cor 13, 10). Y aclara todavía más esa idea valiéndose de esta comparación: “Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre dejé como inútiles las cosas de niño. Ahora vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 11-12).
Tan rico fue el universo teológico que san Pablo recibió del propio Cristo, que a veces en sus epístolas las tesis de sustancia preciosa se quedan entrelazadas a otros temas. En concreto, ésta es una de ellas. De hecho nuestro conocimiento es imperfecto puesto que, ya sea en el campo natural de la pura inteligencia, o en lo sobrenatural mediante la virtud de la fe, e incluso en el de la profecía, hay una nota común: la elaboración subsiguiente realizada en base a conceptos creados y con el esfuerzo de abstracción.
Por el contrario, al ver a Dios cara a cara, la fe redundará en visión y por ende se desvanecerá todo conocimiento abstracto.
“Ahora vemos por un espejo…”, o sea, por medio de un instrumento: solamente conocemos a Dios porque “desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas” (Rom 1, 20). Gracias a este contacto directo con las criaturas podemos elaborar otros motivos y principios a través de la propia fe, utilizando conceptos creados. Por eso nuestro conocimiento es oscuro, y por lo mismo, imperfecto. Pero cuando lleguemos al fin tendremos un conocimiento inmediato, claro y total de Dios, si bien no podamos conocerlo totalmente.
La felicidad del ser inteligente: el ejercicio de sus facultades
Tal vez entendamos aún mejor esta cuestión si seguimos el pensamiento de Sto. Tomás de Aquino 2. Según el Doctor Angélico, el deseo de felicidad del ser inteligente lo mueve a buscar su propia perfección, ejercitando sus facultades más elevadas. Esto se verifica hasta en lo concerniente a los sentidos, y por eso comprobamos que el ojo se regocija al ver y el paladar, al saborear. En consecuencia, la inactividad forzada de los mismos representa un tormento.
Ahora bien, la felicidad del ser inteligente también se verifica en el ejercicio de sus facultades. Dicho ser será tanto más feliz mientras más nobles sean dichas facultades y más hermoso y elevado el objeto sobre el cual se aplican. Sin duda que, naturalmente hablando, en el hombre no hay nada más excelente que su inteligencia y nada puede superar la suprema verdad que es el propio Dios. Por tanto, en la inagotable y siempre renovada visión beatífica es donde el hombre encuentra la plenitud de la felicidad, extensiva a todos sus apetitos legítimos, como por ejemplo el deseo de gobernar: “y reinarán con él…” (Ap 20, 6); o la necesidad de bienes: “Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y en sus manos me trajo una riqueza incalculable” (Sap 7, 11). “Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable” (2 Cor 4, 17).
Amor: la búsqueda incesante de Dios
Dígase lo mismo sobre la voluntad, porque en el Cielo veremos claramente a Dios, cara a cara, como compendio de todo bien, tal como enseña Sto. Tomás: “La beatitud es un bien común perfecto, y no otra cosa significó Boecio al decir que es ‘un estado perfecto consistente en la suma de todos los bienes', que es lo mismo que decir que el bienaventurado se halla en estado de bienestar absoluto” 3. Y en seguida aclara todavía más el concepto: “La beatitud perfecta […] reúne en sí el conjunto de todos los bienes por la estrecha unión que implica con la fuente universal de todos ellos, y no porque tenga necesidad de determinados bienes particulares” 4.
Eso nos permite comprender por qué algunos santos experimentaron un carga mística de amor tan grande, que casi llegaron al desfallecimiento. Quizás podamos hacernos una idea mejor de la inmensidad y plenitud de nuestra voluntad en el Cielo, si analizamos la razón del movimiento de nuestro amor hacia las criaturas en esta tierra. Sin darnos cuenta, por tanto, y casi siempre de manera implícita, cuando amamos, estamos buscando un reflejo de Dios existente en estos o aquellos objetos de nuestro amor 5. Teniendo ésto delante de nuestra mirada, podemos preguntarnos: ¿cuál será nuestra felicidad en el Cielo al depararnos con el propio Dios cara a cara?
Gozo: posesión del bien deseado
De tal visión de Dios cara a cara y de tal amor recíproco entre él y yo redundará un gozo eterno e indescriptible, porque cuando me hago dueño de un objeto que siempre he deseado intensamente, logro ser feliz. En tanto no me pertenece, me consumo por obtenerlo; al recibirlo como propiedad definitiva, descanso y me regocijo en él. La felicidad consiste en esto. Cuanto mejor sea el objeto y mayor su duración, dará origen a una dicha proporcionalmente más intensa.
El ser humano, en la esencia de su espíritu, es específicamente inteligencia y amor. En el Cielo, el deseo de conocer se satisface de forma plena en la visión de la Verdad, la Bondad y la Belleza, es decir, del propio Dios. Y el ansia de amar y ser amado se aplaca por entero, porque no solamente amaremos a Dios, sino que tendremos la conciencia y la experiencia de todo el amor que él nos tiene, además de contemplar eternamente aspectos nuevos del Ser Absoluto e Infinito, añadiéndose la convivencia insuperable junto a Jesús en su santísima humanidad, la Virgen María, nuestra Madre, los ángeles y los santos.
¿Qué es el Cielo?
Ésto es el Cielo, “el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” 6; y ésta es la gloria que resplandece en el Tabor, en la transfiguración del Señor. Los tres apóstoles vieron manifestarse ante ellos la claridad de su Alma y de su Cuerpo para animarlos, de cara a la gloria final, a recorrer el espinoso y dramático camino del calvario, y aceptar con fortaleza de alma el martirio futuro en el epílogo de sus vidas.
Analicemos con este trasfondo el Evangelio del Segundo Domingo de Cuaresma.
II – La Transfiguración del Señor
Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y los llevó aparte, a un monte alto.
San Lucas habla de ocho días. Será más fácil comprender que esta discrepancia sólo es aparente, si tomamos en cuenta que un evangelista considera el día de la partida y el de la llegada, mientras que Mateo solamente se refiere a los intermedios, como explica san Jerónimo 7. El “después” toma como referencia la escena de la confesión y el primado de Pedro en Cesarea. Desde allí marchan hacia el monte Tabor, que dista aproximadamente 80 Km, situado en los confines de Galilea y de Samaria. El Divino Maestro se complacía con la altura de las montañas, en donde solía prodigar sus grandes misterios.
En este caso concreto eligió el Tabor para simbolizar quizás la necesidad de elevar nuestros corazones por encima de las cosas de este mundo, y así entregarnos más fácilmente a la meditación de las verdades eternas para sacarles todo su provecho, como dice san Remigio: “En esto nos enseña el Señor que es preciso, para todo el que desea contemplar a Dios, no estar encenagado en los bajos placeres, sino levantar su alma a las cosas celestiales mediante el amor de las cosas superiores; también a sus discípulos, les enseña que no deben buscar la gloria de su beatitud divina en las regiones bajas del mundo, sino en el reino de la beatitud celestial. Y son llevados separadamente, porque todos los santos están separados con toda su alma y por la dirección de la fe de toda mancha, y serán separados radicalmente en el tiempo venidero: o también porque muchos son los llamados y pocos los elegidos” 8.
Los comentarios se multiplican a propósito de la razón por la que Jesús eligió a esos tres apóstoles para gozar la convivencia gloriosa del Señor. Salta a la vista un motivo claro e inmediato: éstos verían más de cerca las humillaciones sufridas por el Salvador. También era fundamental la existencia de algunos testigos de la gloria de Jesús para sostener a los apóstoles en sus tentaciones durante la prueba de la Pasión.
Apartarse de las criaturas es condición indispensable para entrar en contacto con Dios, y más todavía para verlo.
El fulgor esplendoroso del alma de Cristo
Y se transfiguró delante de ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. ¿En qué consistiría esa transfiguración? Es evidente que los apóstoles no vieron la divinidad del Verbo de Dios, inaccesible a los ojos corpóreos. Apenas vislumbraron una chispa de los fulgores de la verdadera gloria de la humanidad sagrada de Jesús. Probablemente, no vieron nada más que el don de la claridad que gozan los cuerpos gloriosos.
Recordemos la preferencia del Salvador por la noche para rezar, razón por la cual este acontecimiento debió suceder después de ponerse el sol, en medio del silencio de la naturaleza, porque también así se manifiesta Dios cuando hacemos callar en nuestro interior el bullicio de las criaturas y buscamos las luces de lo alto, tras haber apagado las de aquí abajo.
“Su rostro era como el sol cuando brilla con toda su potencia” (Ap 1, 16), es decir, rayos de luz salían de su Faz Sagrada y se esparcían a buena distancia. Sin dejar de ser la misma fisonomía, pero ya sin poseer connotaciones terrenas, se volvió radiante de brillo y esplendor, con plena vitalidad y dulzura. Podemos imaginarnos su grandeza cuando venga a juzgar a vivos y muertos en el fin de los tiempos, toda vez que su rostro será muchísimo más brillante en esa ocasión.
Al arte humano, por más refinado que sea, le resulta difícil superar ciertas bellezas provenientes de las manos de Dios. Por encima de éstas existen las maravillas de la gracia, que sobrepasan todos los límites. Así debieron ser las vestimentas de Jesús durante su transfiguración, por cierto muy distintas de las que nosotros usamos en estos caminos que acaban en la muerte. Esta refulgencia de las ropas de Jesús era el pálido reflejo de la gloria de su Alma adorable, bienaventurada por la gracia de unión y por encontrarse en la visión beatífica desde el primer instante de su creación.
Cuánta ilusión despiertan a veces nuestros sastres, costureras y modistas, cuando logran un cierto éxito con sus habilidades y encubren defectos de un cuerpo concebido en el pecado y tiznado por él. En tales casos, la ropa acaba por rectificar las líneas torcidas de la naturaleza. Durante la Transfiguración todo fue diferente; la pulcritud del alma de Cristo revistió su naturaleza humana perfectísima. Fue la gloria interior que se volvió explícita a la mirada de quien tuvo la felicidad de estar en el Tabor en aquel momento.
El poder sobre la muerte y la vida
En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Si la fe de los apóstoles necesitara una confirmación testimonial, ahí estaban los máximos representantes –uno de la Ley y el otro de los Profetas– adorando a Cristo Jesús. Íntimamente ligados al Mesías, cumplían de manera soberana las exigencias jurídicas para la autenticidad de un testimonio absoluto. Termina la ley, se cumplen las profecías. Que toda la creación se postre a los pies del Prometido de las naciones. Estos dos grandes personajes aparecen en la Transfiguración del Señor, según asegura san Juan Crisóstomo, “para que supiesen que Él tenía poder sobre la muerte y sobre la vida; por esta razón presenta a Moisés que había muerto, y a Elías que aún vivía” 9.
Papel de las consolaciones en la vida
Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, qué bien estamos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Pedro será confirmado en gracia solamente en Pentecostés; hasta entonces, su locuacidad le confiere el mérito de la fe en la divinidad de Jesús (Cf. Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20) o el demérito de la promesa temeraria de jamás romper su fidelidad (Cf. Mt 26, 33-35; Mc 14, 29; Lc 22, 33; Jn 13, 37) o la negación en la casa del Sumo Sacerdote (Cf. Mt 26, 69-74; Mc 14, 66-72; Lc 22, 55-60; Jn 18, 25-27). En el Tabor, imbuido de una alegría desmedida, quiere perpetuar la felicidad. Pedro no estaba todavía lo suficientemente instruido por el Espíritu Santo para saber que la Tierra no es el ambiente para la dicha permanente. No tenía noción de que las consolaciones son auxilios pasajeros que Dios concede para estimularnos en su servicio y para sufrir por él.
“Yo y el Padre somos uno”
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y una voz desde la nube dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo toda mi complacencia; escuchadle»
En las Escrituras Sagradas aparece a veces una u otra nube para simbolizar la presencia de Dios y su teofanía. El Éxodo la menciona en varios pasajes como señal sensible de la manifestación divina: “la gloria del Señor se apareció en forma de nube” (Ex 16, 10); “y una vez entrado Moisés en la tienda, bajaba la columna de nube […] Todo el pueblo veía la columna de nube detenida a la puerta de la Tienda” (Ex 33, 9-10); etc.
No cabe duda que la voz del Padre es la que proclama: “Este es mi Hijo”. Y de hecho, analizando en profundidad, solamente Jesucristo reúne los requisitos del Hijo perfecto. Posee la misma sustancia del Padre de manera tan plenamente cabal que constituye una sola y misma cosa que éste: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30) Por tanto, es igual al Padre: “Felipe, el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
En sus dos naturalezas, Cristo es la Palabra que manifiesta el Padre: es el “resplandor de su gloria e impronta de su sustancia” (Heb 1, 3) en calidad de Dios. Por otro lado, también lo hizo a través de su humanidad: “He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo” (Jn 17, 6). Además, tuvo una obediencia insuperable: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42); “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34); “Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Siempre con total sumisión, imitándolo en todo: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo” (Jn 5, 19).
Si bien somos verdaderos hijos de Dios, como nos asegura el Salmista –“¡Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!” (Sal 81, 6)–, lo somos por misericordiosa adopción. El Hijo de Dios por naturaleza no es más que uno solo: “El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al que es Verdadero” (1 Jn 5, 20).
[…]amado, en quien tengo toda mi complacencia […]
Cuando amamos algo, buscamos una bondad que preexiste en ese algo, como reflejo del mismo Dios. La eficiencia de nuestro amor no llega al grado de producir la bondad en los objetos que amamos. El amor de Dios, en cambio, según Sto. Tomás de Aquino, es tan rico que introduce la bondad en los seres que ama. Es la Bondad en esencia y la difundió entre todas sus criaturas. Sin embargo, aquí afirma que el Padre colocó “toda” su complacencia en su Unigénito, tal como nos lo declara san Juan: “El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano” (Jn 3, 35). Por tanto, al colocar todo su amor en él, puso también toda su bondad.
[…] “escuchadle”.
Ahí estaba el propio Moisés, que antaño había dicho al pueblo elegido: “El Señor tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis” (Dt 18, 15). A él, más tarde, se asociaría la voz de otro maestro: Elías.
Los maestros del Antiguo Testamento eran auténticos cuando pretendían anunciar al Mesías venidero o a su doctrina. Lo mismo debe decirse respecto de todos los que vinieron después de Cristo: serán verdaderos maestros en la medida que aprendan y transmitan la doctrina del Divino Maestro, tal como él mismo afirmó: “uno solo es vuestro Maestro” (Mt 23, 8). No enseña como un profesor común que persigue ilustrar a sus alumnos por medio del puro raciocinio; Jesús se basa en su conocimiento, por ser la Sabiduría infinita, y en su autoridad de Hijo de Dios, y por eso exige nuestra fe. Su vida nos proporcionó a cada paso los suficientes motivos para creer en él. Es un deber de nuestra parte creer en su palabra, imitar sus ejemplos, practicar su ley, etc.; en esto consiste la obediencia a la orden del Padre: “escuchadle”.
La fragilidad humana frente a la gloria de Dios
Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra, sobrecogidos de gran temor. La voz del Señor toca a fondo el corazón de los inocentes, tal como se dio con Pedro en la barca o con Tomás en el cenáculo: caen rostro en tierra. Sobre los malos, su efecto es muy diferente: caen de espalda, tal como los soldados que fueron a arrestar a Jesús en el Huerto de los Olivos.
San Jerónimo procura explicar las razones de esta caída de los apóstoles: “Por tres causas cayeron aterrados de miedo: porque comprendieron su error; porque quedaron envueltos en la nube luminosa, y porque oyeron la voz de Dios cuando les hablaba. Y no pudiendo soportar la fragilidad humana tan grande gloria, se estremece con todo su cuerpo y toda su alma, y cae en tierra: porque el hombre que no conoce su medida, cuanto más quisiere elevarse hacia las cosas sublimes, más se desliza hacia las bajas” 10.
Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Aparte de la omnipotencia de su presencia y de su voz, Jesús quiso tocarlos con su propia mano. Este hecho recuerda el trecho de Daniel: “Me tocó su mano y me levantó” (Dan 10, 10). Así les quedó en evidencia que tal fuerza partía de Jesús y no de la naturaleza de ellos.
Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Desaparecen de sus ojos la Ley y los Profetas. Ahora entienden experimentalmente que Jesús es el esperado de las naciones.
Después de la contemplación es necesario dedicarse a la acción Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos»
Las alegrías se acaban incluso en las alturas del Tabor, como siempre sucede en esta tierra de exilio. Es necesario que bajen del monte todos aquellos que, además, están llamados a la vida activa. Después de haberse enriquecido con las gracias de Dios por medio de la contemplación, es preciso abrazar las penosas tareas de la predicación y de la caridad. Y no debían decir nada a nadie, “porque si se divulgaba en el pueblo la majestad del Señor, este mismo pueblo se opondría a los príncipes de los sacerdotes, e impediría la pasión, y de este modo sufriría retraso la redención del género humano” 11.
III – Conclusión
“Soy yo demasiado grande y mi destino demasiado noble para que me constituya en esclavo de mis sentidos” 12. A esa conclusión llegó Séneca por la mera elaboración filosófica, sin haber tenido la menor revelación acerca de nada análogo a la Transfiguración del Señor. En el Tabor, Jesucristo va muchísimo más allá: con su divina pedagogía, nos hace conocer una parte de su gloria en los reflejos de la claridad propia a su cuerpo despuésde la resurrección. Pálido ejemplo de lo que veremos en el cielo, como fruto de los méritos de su Pasión, de los fulgores de su visión beatífica y de la unión hipostática. Como objetivo inmediato, quiso fortalecer a sus discípulos para que asumieran con heroísmo las tristes pruebas de su Pasión y Muerte, al margen de la manifestación de su divinidad. Pero no estaba ajeno a sus designios divinos el dejar consignado para la Historia cuáles son las verdaderas y reales alegrías reservadas a los justos post mortem.
En contrapartida, el demonio, el mundo y el pecado nos prometen alegrías con aires de absoluto. No obstante, su goce casi siempre es fugaz y seguido por una amarga frustración; además, al término de esta vida seremos arrojados en el fuego eterno como castigo, si acaso no existió de parte nuestra un arrepentimiento verdadero, propósito de enmienda y la obtención del perdón de Dios.
En el Tabor la voz del Padre proclama: “escuchadle”. Esta recomendación se dirige sobre todo a nosotros, bautizados, puesto que somos hijos adoptivos de Dios, y por lo mismo, ya pasamos por una inmensa transformación cuando ascendimos al orden sobrenatural, dejando de ser exclusivamente puras criaturas. Sin embargo, cuando penetremos en el orden de la gloria se dará otra transformación, ya que seremos como él es ahora. Es para llegar allá que Cristo nos invita a acometer las asperezas de los primeros pasos en el camino de la virtud, para que a continuación la paz de alma nos sostenga, y finalmente seamos transfigurados en lo alto del Tabor eterno.
El Cielo, por sí solo, es una enorme manifestación de la bondad de Dios, un riquísimo tesoro de felicidad prometido por él y un poderoso estímulo para aceptar con amor las cruces durante nuestra existencia terrenal. Confiemos en esa promesa basándonos en las garantías de la Transfiguración del Señor y pidamos a la Madre de la Divina Gracia que bondadosamente nos preste auxilio con los recursos sobrenaturales, para llegar incólumes, decididos y seguros al buen puerto de la eternidad: el Cielo.
1) AQUINO, Sto. Tomás de – “Suma Teológica” I, q. 25, a. 6 ad 4. 2) Idem, “Suma contra los Gentiles” 1.1, c.100. 3) Idem, “Suma Teológica” I-II, q. 3, a. 2 ad 2. 4) Idem, ibidem, I-II q. 3, a. 3 ad 2. 5) Idem, ibidem, I q. 44 a. 4 ad 3. 6) CIC § 1024. 7) AQUINO, Sto. Tomás de – “Catena Aurea” 8) Idem, ibidem. 9) Idem, ibidem. 10) Idem, ibidem. 11) S. REMIGIO apud AQUINO, Sto. Tomás de – “Catena Aurea” 12) Seneca: Ep. 65.

Lo que verdaderamente dijo el Papa sobre el Infierno



Lo que verdaderamente dijo el Papa sobre el Infierno
VATICANO, 11 Feb. 08 (ACI).-Diversos medios de prensa recogieron versiones parciales de las respuestas que el Papa Benedicto XVI dio a los párrocos de Roma, uno de los cuales preguntó sobre el juicio final y la posibilidad del infierno.En respuesta a los recuentos periodísticos parciales, incluso algunos de ellos estableciendo una supuesta "contradicción" entre las enseñanzas de Benedicto XVI y Juan Pablo II sobre este tema, el Vaticanista del diario L'Espresso, Sandro Magister ha reproducido textualmente lo que el Pontífice respondió a cada una de las preguntas.El texto completo se encuentra en la página del periodista:http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/189547?sp=y A continuación, la respuesta íntegra del Santo Padre a la pregunta sobre el juicio y el infierno.P. – Juicio final, infierno, paraíso. Las verdades que hay que retomar. Al faltar estas partes esenciales del Credo, ¿No le parece que se derrumba el dogma de la redención de Cristo?R. – Usted ha mencionado justamente temas fundamentales de la fe que, lamentablemente, aparecen raras veces en nuestra predicación. En la encíclica "Spe salvi" he querido hablar también del juicio último y universal, y en este contexto también del purgatorio, del infierno y del paraíso. Pienso que todos nosotros estamos golpeados todavía por la objeción de los marxistas, según la cual los cristianos solamente han hablado del más allá y han descuidado la tierra. Por eso queremos demostrar que realmente nos esforzamos por las cosas de la tierra y no somos personas que hablan de realidades lejanas que no ayudan a resolver los problemas de la tierra.Ahora bien, si bien es justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra — y todos nosotros estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios —, no debemos olvidar la otra dimensión. Si no la tenemos en cuenta, no trabajamos bien para la tierra.Mostrar esto ha sido para mí una de las metas fundamentales al escribir la encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, cuando no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien para la tierra, porque en definitiva pierde los criterios, no se conoce más a sí mismo al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, no descuidaremos más la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto y fraterno. Pero por el contrario, han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el comunismo, los que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y que, por el contrario, han destruido el mundo.En las visitas "ad limina" de los obispos de los países ex-comunistas, veo siempre de nuevo como en esas tierras han quedado destruidos no sólo el planeta y la ecología, sino sobre todo y más gravemente las almas. Reencontrar la conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es el primer trabajo de reedificación de la tierra. Ésta es la experiencia común de esos países. La reedificación de la tierra, respetando el grito de sufrimiento de este planeta, se puede realizar solamente reencontrando a Dios en el alma, con los ojos abiertos hacia Dios.Por eso, usted tiene razón: debemos hablar de todo esto, precisamente por la responsabilidad que tenemos respecto a la tierra y respecto a los hombres que hoy viven en ella. Debemos hablar también y precisamente del pecado como posibilidad de destruirnos a nosotros mismos y de este modo a todas las otras cosas de la tierra.En la encíclica he buscado demostrar que justamente el juicio último de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo, pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, la cual debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y, como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne – a la que él considera irreal – podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales.Hoy se ha tornado habitual pensar: ¿qué es el pecado? Dios es grande, nos conoce, en consecuencia el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Ésta es una bella esperanza, pero existe la justicia y existe la culpa verdadera. Los que han destruido al hombre y a la tierra no pueden sentarse imprevistamente en la mesa de Dios, junto con sus víctimas.Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por eso me pareció importante escribir en la encíclica también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar.He intentado decir: quizás no sean tantos los que se han destruido de este modo y que son insanables para siempre, quienes no tienen más algún elemento sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, ya que no tienen más en sí mismos un mínimo de capacidad para amar. Esto sería el infierno.Por otra parte, son ciertamente pocos – o mejor dicho, no demasiados – los que son tan puros como para poder entrar inmediatamente en comunión con Dios.Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya en nosotros una voluntad última de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir como Dios quiere. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de estar preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: a pesar de la inmundicia que haya en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava finalmente con su bondad, la cual viene de su cruz. De este modo, nos hace capaces de estar eternamente con Él.En este sentido, el paraíso es la esperanza, es la justicia finalmente realizada. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna manera el paraíso, o bien que sea una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco del paraíso en el mundo, lo cual es visible.Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los mandamientos, de los cuales debemos hablar más. Éstos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por eso debemos hablar también del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Ésta es la realidad maravillosa que nos ofrece el Señor: hay una posibilidad de renovación, de ser [hombres] nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo, y de este modo nosotros podemos recomenzar también con los otros en nuestra vida.Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantas equivocaciones, después de tantos pecados, es la gran promesa y el gran don que ofrece la Iglesia, y que la psicoterapia, por ejemplo, no puede ofrecer. La psicoterapia está hoy tan difundida y es también tan necesaria frente a tantas psiquis destruidas o gravemente heridas. Pero las posibilidades de la psicoterapia son muy limitadas: solamente puede buscar equilibrar un poco al alma desequilibrada, pero no puede ofrecer una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Por eso permanece siempre como una solución provisoria, jamás es definitiva.El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos a fondo con la fuerza de Dios — "ego te absolvo" — que es posible porque Cristo ha cargado sobre sus espaldas estos pecados y estas culpas. Me parece que esto es hoy justamente una gran necesidad: que podamos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de todos, tienen necesidad no sólo de consejos, sino de una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que éste es el gran nexo de los misterios que en definitiva inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y, de este modo, hacerlos llegar de nuevo a nuestra gente.

domingo, 10 de febrero de 2008

Falta hablar más del cielo y del infierno, recuerda el Papa

Falta hablar más del cielo y del infierno, recuerda el Papa
VATICANO, 08 Feb. 08 (ACI).-Durante el encuentro sostenido con los sacerdotes de la Diócesis de Roma ayer por la mañana, el Papa Benedicto XVI señaló que las prédicas sobre la realidad del Cielo y del infierno deberían retomarse para bien de los fieles.En la parte abierta a preguntas y respuestas sostenida con los párrocos romanos en el Aula de las Bendiciones, el Pontífice respondió a diez preguntas relacionadas con la juventud, la evangelización y el desafío educativo.El Santo Padre habló de la importancia de los "Novísimos" –el campo de la teología que trata de las "cosas últimas": Muerte, juicio, cielo, infierno y purgatorio- y reconoció que "quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno". "También por este motivo, he querido tocar el tema del Juicio Universal en la encíclica Spe salvi". agregó. "Quien no conoce el Juicio definitivo, afirmó, no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".

Las 15 promesas a los devotos de “el Santo Rosario”

Las 15 promesas a los devotos de “el santo rosario”


La Virgen le dijo a Alano, que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del Rosario y le reiteró las Promesas dadas a Santo Domingo referentes al Rosario.
Promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario, tomadas de los escritos del Beato Alano de La Roche:

1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.

4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.

5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.

6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.

7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.

8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.

9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.

10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.

11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.

14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.

LA SANTA MISA

LA SANTA MISA
A la hora de tu muerte, tu mayor consuelo serán las Misas que durante tu vida oíste.
Cada Misa que oíste te acompañará en el tribunal divino y abogará para que alcances perdón.
Con cada Misa puedes disminuir el castigo temporal que debes por tus pecados, en proporción con el fervor con que la oigas.
Con la asistencia devota a la Santa Misa, rindes el mayor homenaje a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor.
La Santa Misa bien oída suple tus muchas negligencias y omisiones.
Por la Santa Misa bien oída se te perdonan todos los pecados veniales que estás resuelto a evitar, y muchos otros de que ni siquiera te acuerdas.
Por ella pierde también el demonio dominio sobre ti.
Ofreces el mayor consuelo a las benditas ánimas del Purgatorio
Consigues bendiciones en tus negocios y asuntos temporales.
Una Misa oída mientras vivas te aprovechará mucho más que muchas que ofrezcan por ti después de la muerte.
Te libras de muchos peligros y desgracias en los cuales quizás caerías sino fuera por la Santa Misa.
Acuérdate también de que con ella acortas tu Purgatorio.
Con cada Misa aumentarás tus grados de gloria en el Cielo. En ella recibes la bendición del sacerdote, que Dios ratifica en el cielo.
Al que oye Misa todos los días, Dios lo librará de una muerte trágica y el Angel de la guarda tendrá presentes los pasos que dé para ir a la Misa, y Dios se los premiará en su muerte.
Durante la Misa te arrodillas en medio de una multitud de ángeles que asisten invisiblemente al Santo Sacrificio con suma reverencia.
Cuando oímos misa en honor de algún Santo en particular, dando a Dios gracias por los favores concedidos a ese Santo, no podemos menos de granjearnos su protección y especial amor, por el honor, gozo y felicidad que de nuestra buena obra se le sigue.
Todos los días que oigamos Misa, estaría bien que además de las otras intenciones, tuviéramos la de honrar al Santo del día.
La Misa es el don más grande que se puede ofrecer al Señor por las almas, para sacarlas del purgatorio, librarlas de sus penas y llevarlas a gozar de la gloria. - San Bernardo de Sena.
El que oye Misa, hace oración, da limosna o reza por las almas del Purgatorio, trabaja en su propio provecho. - San Agustín.
Por cada Misa celebrada u oídas con devoción, muchas almas salen del Purgatorio, y a las que allí quedan se les disminuyen las penas que padecen. - San Gregorio el Grande, Papa.
Durante la celebración de la Misa, se suspenden las penas de las almas por quienes ruega y obra el sacerdote, y especialmente de aquellas por las que ofrece la Misa. -San Gregorio el Grande
Puedes ganar también Indulgencia Plenaria todos los lunes del año ofreciendo la santa Misa y Comunión en sufragio de las benditas almas del Purgatorio. Para los fieles que no pueden oír Misa el lunes vale que la oigan el domingo con esa intención.
Se suplica que apliquen todas las indulgencias en sufragio de las Almas del Purgatorio, pues Dios nuestro Señor, y ellas le recompensaran esta caridad.
La Santa Misa es la renovación del Sacrificio del Calvario, el Mayor acto de adoración a la Santísima Trinidad. Por eso es obligación oírla todos los domingos y fiestas de guardar.

San Valentín-Apóstol del Amor

Por Patricia Villegas de Jorge
En los albores de los años 270 el Emperador de Roma, Claudio II “El Gótico” y posteriormente su sucesor Aureliano, estaban enfrascados en grandes guerras de conquista y a tales fines se requería que todos los jóvenes romanos pasaran a formar parte de las filas de ejército para la defensa del imperio. De ahí que estos jóvenes se vieran coartados en la formación de una familia, situación que desencadenaba una disminución forzosa del matrimonio y por ende de la procreación, siendo obligados a permanecer solteros. Para contrarrestar tan gran egoísmo y ansias de poder del Emperador, Valentín, joven sacerdote romano, inicia su fecundo apostolado del amor entre las parejas cuya vocación era la formación de una familia, comenzando de esta forma a crecer su fama de celebrar bodas clandestinas.

Bajo el conocimiento pleno del valor sobrenatural de la vida, de la filiación divina y del misterio que envuelve el sacramento del matrimonio, el cual tiene sus raíces en la creación y sobre la base del Evangelio de su inspirador Jesucristo de que “desde el principio, el Creador los hizo hombre y mujer y dijo:’por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos un sola carne’, de forma que ya no son dos sino uno solo.” (Mt.19,4), Valentín predica constantemente la importancia de los valores familiares, basando su prédica en el ejemplo de la familia por excelencia: La Sagrada Familia de Nazaret.
Apoyado en sus hermosos rasgos físicos, su jovialidad e inteligencia y actuando totalmente bajo el influjo de la gracia, realizando solo la voluntad de Dios fruto de sus votos sacerdotales, este santo tan atrayente para los jóvenes se encarga de enseñarles el matrimonio como vía de santificación. María y José son su punto de partida y el modelo a seguir. Se dedica a explicar a la futura esposa lo inquebrantable, duradero y ajeno a caprichos e intolerancias humanas que es el amor verdadero. La incitaba a desarrollar las virtudes y a doblegar la propia voluntad para hacer la voluntad de Dios y entonces crecer en humildad como María Santísima, hasta el punto de arriesgar su vida cuando aceptó libre y voluntariamente el designio del Altísimo de ser la Madre del Hijo de Dios, a pesar de no haber conocido varón . Al desarrollar una fecunda vida de piedad, la futura contrayente podría sobrellevar las adversidades propias de la vida conyugal.
Al novio, Valentín se encargaba de recordar cómo debía guiar a su familia siguiendo el soplo del Espíritu Santo tal como lo hizo San José, sin cuestionamiento alguno, al éste asumir la maternidad de su Inmaculada esposa y de ahí convertirse en el padre nutricio del Salvador y junto con la Llena de Gracia haber sido elevado por el Padre a formar parte de la unión hipostática, convirtiéndose en guardián del misterio más grande de Dios, base de nuestra fe y única esperanza, que fue la de asumir la naturaleza humana sin dejar de ser Verbo Divino.

A los futuros contrayentes, este heraldo del amor , pregonaba con éxito incomparable la humildad de María de hacer la voluntad de su digno esposo José no obstante ser Ella medianera de todas las gracias y de gozar de privilegios únicos tal como el haber sido elevada por el Altísimo a un plano superior al de los ángeles en la jerarquía de la creación. De la misma manera , invitaba a emular al Santo Patriarca, quien se desvivía en complacencias a su dignísima esposa, haciendo siempre la voluntad de Dios , voluntad que se reflejaba en el amor prohijado al Divino Niño Jesús del que fue guardián por designios divinos.

El respeto mutuo y la castidad fueron banderas que Valentín enarbolaba entre los novios de su época. Sin dejar el ejemplo del hogar de Nazaret, animaba a los novios a unirse hasta llegar a formar una sola alma, una comunión de amor, de sencilla austeridad y belleza, cuyo objetivo principal y soporte debía ser la fidelidad a Dios. En cuanto a los hijos, recalcaba siempre la obediencia del Niño Dios, quien a pesar de ser Dios, y por designios de su Padre desde toda la eternidad, estuvo sujeto al cuido y guía de criaturas inferiores a su estado a quiénes cariñosamente obedeció en fiel cumplimiento de la voluntad de Dios.

Es fácil imaginar a Valentín guiando a tantos jóvenes de su ciudad, explicándoles cómo el matrimonio no sólo era un día de navidad sino también una pasión. El ejemplo de la participación de María en la pasión de su Hijo no se hizo esperar en la prédica. Recordaba a la futura esposa estar al pie de la cruz, firme como la Vírgen, cuando el matrimonio se viera embestido por el maligno. Reiteraba al esposo como debía meditar en cada una de las llagas santas de Nuestro Señor, considerando que cada llaga confirmaba su amor por nosotros.

De tal manera Valentín animaba a los futuros esposos a transitar unidos a Dios por el camino de la oración constante, a santificarse el uno al otro con la tolerancia y el perdón tal como Nuestro Señor Jesucristo toleró a sus verdugos y los perdonó hasta dar la vida por ellos también, pero sobretodo a ejercitar la virtud de la caridad, formando así un nuevo hogar de Nazaret -donde Dios se haría hombre en cada hijo procreado- para que juntos vieran la gloria del Señor cuando toda la familia, según el tiempo de Dios, pasare a formar parte del coro de los ángeles en el cielo.

En su trayecto como sacerdote, Valentín logró casar numerosas parejas las cuales pasaron a formar santas familias romanas. Su fama se extendió por toda Italia y Dios, Nuestro Señor, se valió de él para realizar también curaciones milagrosas.

El santo del amor sufrió su pasión con el martirio alzándose con la corona de la Gloria al presentarle al Señor en la patena de su vida, su mayor obra de caridad que fue la cantidad de nuevos hogares de Nazaret que había incitado a formar, con su fe inquebrantable en el Altísimo y su devoción al mejor ejemplo de entrega de amor: a María Santísima y San José.
jmv.pvj@codetel.net.do
Obras consultadas:
1.-Aquino, santo Tomás. Suma de Teología V. Parte III e índices .Cuestión 2, Artículo 2, “La unión del verbo encarnado, ¿se efectuó en la persona? Editora Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). 4ta. Impresión. Septiembre del 2005-Madrid.
2.-Royo Marín, Antonio.O.P. “La Vírgen María teología y espiritualidad marianas.” Editora Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). 2da edición. 1997-Madrid.
3.-Año Cristiano II Febrero. Editora Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Impresión. 2003-Madrid.
4.-Pablo VI, Papa. Alocuciones. “Alocución en Nazaret, 5 de enero 1964. Liturgia de las Horas I.
5.- Homilía del 30 de diciembre 2007 del Padre Joao Scognamiglio Clá Dias-Fundador de los Heraldos del Evangelio.San Pablo, Brazil.

sábado, 9 de febrero de 2008

Meditación antes de dormir

Meditación antes de dormir

Yo he de morir, mas no sé cuándo;
Yo he de morir, mas no sé dónde;
Yo he de morir, mas no sé cómo;
Lo que sé de cierto es que,
Si muero en pecado mortal,
me condeno para siempre.

Jesús mío, misericordia;dulce Corazón de María, sé la salvación mía. Jesús en Ti Confío.

De María nunquam satis


De María nunquam satis

Cuando yo era un joven teólogo, antes e incluso durante las sesiones del Concilio, como sucedió y como le sucede todavía hoy a muchos, yo alimentaba algunas reservas sobre algunas fórmulas antiguas, como por ejemplo, la famosa de María nunquam satis - “de María nunca sabremos lo suficiente”- Esta me parecía exagerada. También tenia dificultad para comprender el verdadero sentido de otra expresión famosa (tan repetida en la Iglesia desde los primeros siglos, cuando después de un memorable debate - el Concilio de Efesio del 431 se había proclamado a María Madre de Dios) que ve a María “victoriosa frente a todas las herejías”. Hoy, en este periodo de confusión en la que todo tipo de desviaciones heréticas vienen a golpear a la puerta de la fe auténtica, hoy apenas he comprendido que no se trataba de una exageración de devotos, sino de verdades más que nunca válidas

Cardenal Ratzinger - Entrevistas sobre la Fe Vittorio Messori - Fayard 1985

Condiciones para una buena Confesión


Condiciones para una buena Confesión
A. Examen de conciencia: Que consiste en recordar todos los pecados que hemos cometido desde la última confesión.
B. Arrepentimiento: Que consiste en sentir sincero dolor de haber ofendido a Dios; y detestar el pecado. (Para alcanzar el arrepentimiento hay que pedírselo a Dios)
C. Propósito de la enmienda: Que consiste en decidirse firmemente a no volver a pecar; en estar dispuestos a evitar el pecado, cueste lo que cueste.
D. Confesión: Que consiste en decirle al Sacerdote todos los pecados que hemos descubierto en el examen de conciencia.
Esta confesión de pecados debe ser:
Sincera: Es decir, sin querer engañar al Sacerdote, pues a Dios es imposible engañarlo.
Completa: Es decir, sin callarse ningún pecado
Humilde: Es decir, sin altanería ni arrogancia.
Prudente: Es decir, que debemos usar palabras adecuadas y correctas, y sin nombrar personas ni descubrir pecados ajenos.
Breve: Es decir, sin explicaciones innecesarias y sin mezclarle otros asuntos.
E. Satisfacción: Que consiste en cumplir la penitencia que nos impone el sacerdote, con la intención de reparar los pecados cometidos. Es obligatorio cumplir la penitencia, porque es parte del mismo sacramento.

Tentaciones



“Dos amores quisieron construir dos ciudades –escribe san Agustín en su famosa obra teológica ‘De Civitate Dei’—: el amor de Dios hasta el desprecio del mundo y de sí mismo, y el amor del mundo y de sí mismo hasta llegar al desprecio de Dios”. Ésta es la historia de cada ser humano, de cada uno de nosotros: o escogemos a Dios y renunciamos a todo lo demás –al pecado, al egoísmo, a los vicios del mundo—, o nos preferimos a nosotros mismos hasta negar y rechazar a Dios. Como aquellos hombres que quisieron construir la torre de Babel para escalar al cielo y destronar a Dios.Esto es lo que nos enseña el Evangelio de hoy, con el que iniciamos este período litúrgico de la Cuaresma: las tentaciones de Jesús en el desierto.En los ejercicios espirituales se presenta esta meditación como “las dos banderas”: la bandera de Cristo está representada en las bienaventuranzas y en el Sermón de la montaña, que acabamos de meditar hace apenas dos domingos; y la bandera de Satanás, cuyo programa de vida se resume en las tentaciones.Jesucristo nuestro Señor, a pesar de ser Dios, no quiso verse libre de las tentaciones porque quiso experimentar en su ser todas las debilidades de nuestra naturaleza humana y poder, así, redimirnos: “Se hizo semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado –nos dice la carta a los hebreos (Hb 4, 15)— para poder expiar los pecados del mundo”. Pero no sólo. Además, padeciendo la tentación, quiso darnos ejemplo de cómo afrontarlas y vencerlas. Nos consiguió la gracia que necesitábamos y nos marcó las huellas que nosotros debemos seguir para derrotar a Satanás, como Él, cuando se presente en nuestra vida.San Agustín, en efecto, nos dice: “El Señor Jesucristo fue tentado por el diablo en el desierto y en Él eras tú también tentado. Cristo tenía de ti la condición humana para sí, y de sí la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí y de sí la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí, y de sí honores para ti. Y también tenía de ti la tentación para sí, y de sí la victoria para ti. Si en Él fuimos tentados, en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que Cristo venció la tentación? Reconócete, pues, a ti mismo tentado en Él, y reconócete también a ti mismo victorioso en Él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla”.¿Y cuál ese ejemplo que Cristo nos dejó para que nosotros aprendamos de Él? El Evangelio de hoy es sumamente elocuente y pedagógico en este sentido. Veámoslo.Ante todo, el demonio es un hábil oportunista que sabe sacar el mejor partido de las ocasiones peligrosas y de nuestras debilidades. Después de que nuestro Señor había ayunado cuarenta días y cuarenta noches –en la Biblia el número cuarenta es simbólico, y quiere decir “bastante tiempo”, un tiempo de plenitud y perfección— el demonio lo tienta por el lado débil: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. Siempre juega con premeditación, alevosía y ventaja. Y, además, quiere que Jesús use sus poderes divinos para satisfacer sus propias necesidades personales; o sea, quiere que cambie e invierta el plan de Dios para poner a Dios a su servicio y comodidad.Pero nuestro Señor no se deja vencer. Él no dialoga ni un instante con el tentador ni se pone a considerar si esa propuesta es buena o interesante... No. Jesús rompe enseguida, y usa como único argumento la Palabra de Dios: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.El segundo asalto de Satanás: la vanagloria, la ostentación, la búsqueda de triunfos fáciles y rápidos. El demonio quiere que Jesús use ahora su poder para impresionar y “apantallar” a toda la gente. Si se tira del pináculo del templo y los ángeles de Dios lo recogen en sus manos, todo el mundo sabrá que de verdad Él es el Hijo de Dios y quedará conquistado en un instante. Pero Jesús vuelve a ser tajante con el tentador y de nuevo usa como arma la Palabra de Dios: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Está claro que Dios puede hacer lo que quiera, porque es Omnipotente, pero Cristo sabe que no debe “obligarle” a actuar de determinada manera haciéndole peticiones inoportunas que no están dentro de su plan de salvación.Tercer asalto: la ambición del poder, la apostasía, el tratar que Jesús renuncie a la total dependencia de Dios. El demonio lo lleva ahora a una montaña altísima y le muestra todos los reinos del mundo y su esplendor, y le dice: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. ¡Esta tentación era mucho más terrible, insolente y descarada que las dos anteriores! Así es siempre Satanás. Primero se insinúa y provoca con una hábil y sutil estratagema; luego es un poco más atrevido; y después, cuando ve que Jesús ha resistido los primeros intentos, se vuelve tremendamente avasallador y descarado. Diríamos que esta vez “va por todas” con tal de vencer. Es su última oportunidad y va a poner todas sus baterías para hacer caer a Jesús. Ahora pretende que Jesús se postre a sus pies y lo adore. Tal cual. ¡Tamaña desfachatez! Si algo no podía hacer Jesucristo era precisamente eso: ir en contra de Dios, sucumbir al pecado de idolatría. Eso fue lo que hizo Luzbell cuando cedió a la tentación de rebeldía contra Yahvé: “¡No lo serviré!”. Y ahora quiere que Jesús haga otro tanto...Pero nuestro Señor tampoco va a ceder esta vez. Si ahora es más descarado y frontal el ataque del enemigo, Jesús también se vuelve ahora mucho más enérgico y radical con el tentador: “¡Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto!”. Nuestro Señor pone por tercera vez el argumento de la Palabra de Dios y no se hace sofismas ni fáciles razonamientos para engañar su conciencia. Dios no se equivoca.Fijémonos en un detalle más: el demonio siempre usa la mentira y el engaño para tratar de seducirnos, y desafía nuestro orgullo y amor propio para que nos rebelemos. Las tres veces comienza la tentación con esta provocación: “Si eres Hijo de Dios...” y promete unos reinos que no son suyos ni le pertenecen.Ésta es siempre la táctica de Satanás. Fue lo que hizo con nuestros primeros padres en el paraíso. Y ésta es la “psicología” de la tentación y de la caída. Aprendamos muy bien la lección y no permitamos jamás que el demonio nos aparte de Dios. Vigilemos y oremos para no caer en la tentación. No juguemos con el tentador. Seamos tajantes. Y con el arma segura de la Palabra de Dios –o sea, con la Sagrada Escritura, el Evangelio, la enseñanza autorizada de la Iglesia y la voz de nuestros pastores y de nuestro director espiritual— no nos engañaremos y venceremos al enemigo. Permanezcamos al lado de Cristo y aprendamos de Él para ser buenos discípulos suyos. el primer domingo de Cuaresma, y este tiempo litúrgico “fuerte” es un camino espiritual fuerte de encuentro con el Señor que nos quiere llevar a una conversión siempre mas autentica y profunda que nos lleva a participar del gran misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. La Iglesia nos invita a meditar en este primer domingo sobre las tentaciones. La Cuaresma nos propone un tiempo propicio para intensificar la oración y la penitencia, y para abrir el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina ,que la vida es un camino que nos tiene que llevar al cielo. Pero, para poder ser merecedores de él, tenemos que ser probados por las tentaciones. «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Jesús quiso enseñarnos, al permitir ser tentado, cómo hemos de luchar y vencer en nuestras tentaciones: con la confianza en Dios y la oración, con la gracia divina y con la fortaleza. Las tentaciones se pueden describir como los “enemigos del alma”. En concreto, se resumen y concretan en tres aspectos. En primer lugar, “el mundo”: «Di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,3). Supone vivir sólo para tener cosas. En segundo lugar, “el demonio”: «Si postrándote me adoras (…)» (Mt 4,9). Se manifiesta en la ambición de poder. Y, finalmente, “la carne”: «Tírate abajo» (Mt 4,6), lo cual significa poner la confianza en el cuerpo. Todo ello lo expresa mejor santo Tomas de Aquino diciendo que «la causa de las tentaciones son las causas de las concupiscencias: el deleite de la carne, el afán de gloria y la ambición de poder».las tentaciones es que está presente en la vida de todos nosotros. Nadie puede decir: ‘yo nunca tuve una tentación, un mal deseo o las ganas de aceptar alguna propuesta que no corresponda con el bien y la justicia’. Es propio de la condición humana sentir tentaciones, porque somos libres. Hasta el mismo Jesús, Dios hecho hombre, fue tentado. A veces hasta pensamos que cuanto más buscamos vivir correctamente, las tentaciones son aun mayores, pero esto, talvez sea solamente una impresión, pues estando mas sensibles al bien, las reconocemos mas fácilmente. Las tentaciones son propias de nuestra libertad, pues podemos hacer opciones. Si no tuviéramos la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, no seriamos libres y no tendríamos tentaciones, pero viviríamos en un determinismo instintivo como los animales, o entonces, seriamos simples marionetas en las manos de Dios.Entonces, ya que no podemos evitar tener tentaciones en la vida, debemos al menos aprender con Jesús como vencerlas. Según lo que dice el evangelio de este domingo, creo que su secreto era conocer profundamente la Palabra de Dios. Para cada tentación Jesús supo responder con una frase bíblica precisa. No es la sabiduría del mundo, no son los cursos, los títulos universitarios, los que nos dan la capacidad de vencer a las tentaciones que se presentan justamente en los momentos en que nos sentimos más débiles (“y tuvo hambre!” MT 4,2). Por eso, la única cosa que puede hacernos suficientemente fuertes para rechazar al tentador en todos sus disfraces y desenmascarar sus embrollos, es estar imbuido de la Palabra de Dios. Por eso, la Biblia debemos leerla, escucharla y meditarla siempre. Sus contenidos, sus frases, su espíritu deben penetrar nuestra mente y nuestro corazón. Es muy importante ir a la fuente de la Biblia con buena intención, buscando realmente encontrar allí la voluntad de Dios. Pues si tenemos mala intención podremos encontrar en la Biblia pasajes que podrán ser manipulados, tergiversados y usadas para justificar nuestras caídas y pecados. El propio diablo también ha citado la Biblia para confirmar su tentación. Sin embargo, Jesús, que conoce el espíritu de la Palabra de Dios, no se ha dejado engañar. El sabia que el diablo la estaba manipulando y no se quedó intimidado solo porque el enemigo le hizo también una cita bíblica, él la rebatió con una otra.