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miércoles, 6 de agosto de 2008

GOBERNANTE SANTO

GOBERNANTE SANTO

Por Patricia Villegas de Jorge

En el Evangelio de San Marcos (Mc 10,32-42), nuestro Señor Jesucristo explica claramente a los hijos de Zebedeo como se puede verdaderamente reinar y lo hace a la luz del servicio incondicional de quien dirige a sus súbditos. Por lo tanto, para Nuestro Señor servir es reinar. Esa santa enseñanza del Maestro a sus apóstoles se ha convertido en práctica constante a lo largo de la historia de la Iglesia habiendo sido asimilada y ejercitada a plenitud en el siglo X por Esteban de Hungría.

Al igual que San Luis Rey de Francia, Enrique II de Bavaria, Fernando III de Castilla y Wenceslao de Bohemia, ese santo monarca creyó firmemente en la edificación de su reino sobre piedra firme, sobre las bases del cristianismo y el magisterio de la Santa Iglesia Católica.

Esteban subió al trono encontrándose un pueblo plagado de paganismo y ajeno a los conocimientos de las leyes del Señor. Actuando bajo el influjo de la gracia, con espíritu auténticamente sobrenatural , sabiduría basada estrictamente en el temor al Señor y ejercicio constante de la caridad hacia el prójimo , decidió emprender la más titánica batalla de su vida que fue la evangelización de sus súbditos. A los fines de concretar su estrategia de guerra contra la barbarie de su pueblo, inició su campaña de cristianización poniendo primero su confianza en el Señor y apoyándose luego en las órdenes religiosas existentes en Hungría, muy particularmente en la orden de los monjes cluniacenses, quienes en esa época tenían como abad al célebre San Odilón , hombre de fe inquebrantable y de espíritu cruzado.

Encaminado en esta difícil tarea, aunque bien vista por la Santa Iglesia, el nuevo gobernante obtiene la anuencia del Santo Padre San Silvestre II, quien emite una bula otorgándole al joven monarca dos grandes favores: el primero, la concesión del título de Rey de Hungría y el segundo, autorización de los obispos propuestos por Esteban para trabajar en su reino. Esta bula papal constituyó el preludio del esplendor que el ya nombrado Rey Esteban vería en la tierra con los frutos que daría la evangelización de su pueblo y el florecimiento de la Iglesia Católica, y en el cielo, con el premio del gozo de ver cara a cara a su creador.

Tal cual Rey Salomón se inició entonces el período de ingeniería celestial en Hungría con inmensas y gloriosas construcciones de templos, monasterios y lugares de peregrinación, dejando así Esteban una clara señal de su devoción a Nuestro Señor, de su amor y respeto al Vicario de Cristo en la tierra- el Santo Padre- y de su fiel convicción de erradicar de una vez por todas las costumbres bárbaras y supersticiosas que tanto daño causaban a los nuevos catecúmenos.

Agradable a los ojos del Señor, Esteban es premiado muy joven con un matrimonio santo, contrayendo nupcias con la hermana del tan reconocido Rey Enrique II de Bavaria - quien gozaba de fama de santidad- siendo coronado su enlace con un primogénito que más tarde, lejos de asumir la sucesión del trono de su padre, se convirtió en uno de los serafines del Gran Rey Celestial , el tan querido San Emérico .

Al haber sido un hombre formado bajo los más estrictos principios cristianos, el Rey Esteban se dedicó en cuerpo y alma a la sabia instrucción de su santo hijo. Así le inculcó con cariño paternal, ayudado siempre de la buena Gisela, su santa esposa, el respeto irrestricto a las directrices de la Iglesia, el cumplimiento caritativo de los mandamientos del Señor, el crecimiento constante y perseverante de las mejores virtudes, todas encabezadas siempre por la caridad, virtud teologal que Dios le concedió, continuando por la humildad en el trato con todos. Pero sobretodo, el Rey se empeñó en enseñar a Emérico a cultivar la piadosa práctica de la oración y de la penitencia, práctica que él mismo ejerció con vehemencia y de la que fueron testigos todos los miembros del reino.

La generosidad de su enseñanza no solo la volcó sobre su hijo muy querido sino que la extendió a sus súbditos, al punto de solicitarles de manera muy humilde que se unieran a sus intenciones de oración y penitencia con la finalidad de librar una guerra que iba traer calamidades al pueblo recién evangelizado. Con su gran sabiduría basada en ese temor de ofender a Dios, este santo monarca postrado en oración frente al Señor le solicitó el auxilio en la batalla, saliendo victorioso del combate y logrando la paz para Hungría.

Todas las virtudes que adornaban al futuro San Esteban reflejaban la luz espiritual que brillaba en su alma. Tal vitral de perfectísimos colores iluminados por la gracia, ese santo varón logró practicar la caridad en su máxima expresión. Ataviado con el escudo de la humildad, el Rey demostró predilección por los más desvalidos, fungió como buen consejero para sus funcionarios, padre cariñoso de su pueblo, gobernante justo y gran estratega militar, convirtiéndose en el mejor ejemplo tanto para la nobleza como para el más pobre de sus hijos. Como buen administrador de los bienes de su reino, bienes de los cuales no hacía uso en lo personal practicando así la pobreza, este gran monarca comenzó a ver el florecimiento de un pueblo sano y piadoso fruto de su fe inquebrantable.

Sus sabias decisiones políticas siempre estaban destinadas a favorecer a los más débiles, hasta tener como tarea principal - además de la evangelización iniciada- la educación de los niños, la procura de alimentos propicios y el albergue a los desfavorecidos. Siempre solicito a que sus fieles súbditos realizaran obras de misericordia también apoyó y auspició intensas peregrinaciones a Roma la Ciudad Eterna, contagiando a pueblos vecinos a unirse en santa caravana.

Como semilla que cayó en tierra fértil y bajo el lema de “misericordia quiero y no sacrificios” (Mt. 9, 9-13), el Rey Esteban logró cumplir los preceptos del Señor haciéndose sumiso a su voluntad, no sin dejar de sufrir la santa cruz con la muerte a destiempo de su hijo, la cual aceptó como Job, diciendo: “si aceptamos de Dios los bienes ,¿no vamos a aceptar los males?((Jb 2,1-13), asombrando aún más a sus súbditos por su inmensa resignación. Este sobrenatural actuar del tan apreciado y futuro San Esteban de Hungría logró posicionarlo dentro de los reinos medievales vecinos como ejemplo a emular, hasta haber sido calificado como un hombre completamente desasido de los bienes perecederos cuyos tesoros no los había amontonado en la tierra sino en el cielo. El premio a su fidelidad fue la muerte en olor a santidad el día de la Asunción de Nuestra Señora al cielo, celebrándose su memoria el 16 de Agosto de cada año.

Jmv.pvj@codetel.net.do

Bibliografía consultada:

1.- Biblia de Jerusalén. Nueva edición Revisada y Aumentada. Editorial Desclée de Brower, S.A. 1998.
2.-Royo Marín, Antonio, O.P. “Teología Moral para Seglares I. Moral Fundamental y Especial.” Séptima Edición BAC. Madrid, 1996.
3.- Liturgia de las Horas III.
4.-Fernández-Carvajal, Francisco. “Hablar con Dios”. Tomo IV. Editora Paloma. Madrid, 2003.

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