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lunes, 31 de marzo de 2008

LA FILIACION DIVINA

LA FILIACION DIVINA

Por Patricia Villegas de Jorge

Al rezar el Padrenuestro pasa casi imperceptible el verdadero sentido de la palabra “Padre” y más aún, no nos detenemos a analizar que ese “Padre” al que tanto invocamos en nuestras oraciones es “Nuestro”. Estas palabras muchas veces suenan huecas, se balbucean de manera automática, sin conciencia clara, no reflejan el gozo verdadero de tener ese “Padre” solo para nosotros.

La primera gracia sobre la filiación divina la recibimos por el sacramento del bautismo.
Es por medio de esta gracia sacramental que somos sumergidos en el agua que da muerte al pecado original y por el que hemos perdido el título de hijos de Dios, muerte sublimizada en la Cruz de Nuestro Señor. A la vez, por esa misma gracia renacemos como hijos de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, renacimiento manifestado gloriosamente en la Resurrección triunfante de Jesús, Quién es elegido desde toda la eternidad para devolvernos la filiación divina, hacer surgir en nosotros una criatura nueva y abrirnos las puertas del reino al que fuimos destinados y que sólo por el auxilio divino hemos vuelto a heredar en El, para “exaltarnos con El, como dice la escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacimos postrados.”

Ahora bien, cuando el Padre Eterno otorga como gracia adicional -la cual es un don divino gratuito- la revelación de la importancia de la filiación divina y que solo se adquiere de manera sobrenatural, verdad a la que no podemos llegar por nuestra sola razón, entonces la oración del Padrenuestro adquiere una plenitud de gozo en el alma que únicamente puede comprenderlo ese hijo de Dios al cual le es revelado esa gracia.

Así, aquella criatura elegida para recibirla, sin mérito alguno de su parte, siente el consuelo más grande que se pueda experimentar y retumba en su corazón y en su mente las palabras del bautismo del Señor “ese es mi hijo predilecto en quién me complazco”…, quedando el alma arrebatada de una alegría insuperable y una santa soberbia de que somos divinos como el Hijo Unigénito, pues hemos sido elegidos por El, con El y en El a formar parte del reino de los cielos, a ostentar el gran título de Príncipe heredero del Rey Celestial.

Al arraigarse en lo más profundo del alma esa gracia de la filiación divina nos hacemos otro Cristo, el mismo Cristo y por lo tanto concordamos con el discípulo amado cuando dice “mirad que amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios ¡y lo somos!(1Jn3,1). Y es justamente de ese amor que nos tiene el Padre y que San Pablo refiere al decir “la caridad ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha dado” (Rom 5,5), que brota, como herencia directa, la virtud de la caridad cuando nos sabemos hijos de Dios, cuando se abren los sentidos del alma a la grandeza de la filiación divina.

De ahí que esa caridad que abruptamente despierta, hace brotar un grito de alabanza del alma al mundo ¡Soy hijo de Dios, Bendito seas Señor!, o talvez un clamor como el de San José María Escrivá de Balaguer que en revelación preclara sobre su filiación divina repetía incansablemente ¡Abbá Pater! y entonces nos sentimos capaces de todo, pues estamos abarcados por el TODO y en esa plenitud de gozo, los desapegos y los abandonos ya no nos cuestan; las seguridades en los bienes terrenales carecen de relevancia; la penitencia, el ayuno y la oración brotan como fuente de agua sin cesar y subimos al caballo de la lucha e izamos la bandera de la filiación divina tal Juana de Arco, seguros de poder luchar contra lo imposible, pues el estratega del combate, el guía que acompaña el camino y dirige el alma arrebatada de amor al Padre es el Creador, el dueño de todo lo terreno y celestial, el Inmortal y Omnipotente, Superior a todo, que nada puede contener. Entonces, apresurados con el recipiente vacío, corremos a recibir la santa eucaristía para confirmar cada día la filiación divina cuando unimos nuestro frágil y miserable cuerpo al cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo Jesús, gozándonos de una plenitud que solo aquellos que se saben hijos de Dios pueden disfrutar a conciencia sobrenatural, anticipando en el exilio, que es esta tierra donde vivimos, el banquete de la Vida del que disfrutaremos como Príncipes herederos de la Jerusalén celestial, nuestra patria eterna.

Así fortalecidos por esa gracia y en pleno ejercicio del título de hijos de Dios, tenemos la fortaleza de echarnos a la espalda la santa cruz, cargar con ella en elevado espíritu guerrero y si fuese necesario-con el deseo santo del martirio por amor al Padre- avanzar el vía crucis, quedando en el alma la certeza de que ese Padre amoroso no nos abandonará, que actúa como la mejor de las madres y nos trata como hijos únicos, tesoro preciado que nadie puede arrebatarle, dándonos las fuerzas suficientes para confiar y abandonarnos en El, seguros de que la victoria es Suya y será compartida al final de la cruz con una gran fiesta en el cielo, cuyo trofeo es sentarnos a la derecha del Rey, de compartir la comunión de los santos, de ver cara a cara a nuestro progenitor, en la plenitud de Cristo Jesús.

Librada la batalla, ganado el combate en la caridad, llega el descanso merecido, la alegría del reconocimiento de que somos hijos de Dios Padre Nuestro y por lo tanto herederos de la gloria y podemos al final unir nuestras voces con el Apóstol cuando dice ”Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? (Rom 8,31).

jmv.pvj@codetel.net.do
Bibliografía consultada:
1.-Ratzinger, Joseph. Benedicto XVI “Jesús de Nazaret”. Editora Planeta. Colombia. Agosto 2007.
2.- Aquino, santo Tomás. Suma de Teología II. Parte I-II Editora Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). 4ta. Impresión. Septiembre del 2005-Madrid.

3.-Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio. Libreria Editrice Vaticana. Paulinas, Perú 2005.
4.-Liturgia de las Horas II.
5.-Fernández-Carvajal, Francisco. “Hablar con Dios”. Tomo I. Editora Paloma. Madrid, 2003.
6.-Biblia de Jerusalén. Nueva edición Revisada y Aumentada. Editorial Desclée de Brower, S.A. 1998.
7.-Homilías de San José María Escrivá de Balaguer. “La Conversión de los hijos de Dios”, “Vida de oración”, “Tras los pasos del Señor”.

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