El Nazareno
El Nazareno
Con cuánta emoción recuerdo,
aquella Semana Santa,
cuando Jesús Nazareno
iba a pasar por la plaza.
La sorpresa, en un instante,
el pueblo quedó sin habla,
cuando allí cerca una niña
limpia y pura como el alba
llorando le suplicaba
al llegar el Nazareno.
Señor, te vengo a decir
que mi madre está muy mala,
y desde hace mucho tiempo
ni siquiera se levanta.
Pero yo creo que Tú
si quieres puedes curarla.
Y después de unos momentos
totalmente emocionada,
a su madre le decía;
te mira madre a la cara,
estoy segura, te habla.
El pueblo se quedó atónito
al ver esas palabras,
y nadie tenía dudas
de que algo grande pasara.
Un intenso escalofrío
congeló todas las almas,
y aunque el pueblo emocionado
no decía una palabra,
con ansiedad e impaciencia
el milagro se esperaba.
Pero siguió el Nazareno
sin detener la marcha,
y no dejó en pos de sí
la curación de la invalida.
Desilusionados todos,
y perdida la esperanza,
a la niña le decían;
es tremenda la desgracia
de ver irse al Nazareno
sin que a tu madre curara.
Tendréis que volver de nuevo
en otra Semana Santa.
Pero, la niña inocente
con fe inusitada,
a su madre le decía
toda envuelta en lágrimas.
No te desanimes madre,
por lo que oyes en la plaza
que el Señor no se irá
sin atender tu plegaria.
Y cuando oyó el Nazareno
hablar así a la muchacha;
miró hacía atrás conmovido,
y aunque no dijera nada,
la niña leyó en sus ojos,
estas divinas palabras.
A una fe como la tuya,
jamás vuelvo yo la espalda;
que se cure pues tu madre
y abandone ya la cama
sin que tenga que volver
en otra Semana Santa.
Con cuánta emoción recuerdo,
aquella Semana Santa,
cuando Jesús Nazareno
iba a pasar por la plaza.
La sorpresa, en un instante,
el pueblo quedó sin habla,
cuando allí cerca una niña
limpia y pura como el alba
llorando le suplicaba
al llegar el Nazareno.
Señor, te vengo a decir
que mi madre está muy mala,
y desde hace mucho tiempo
ni siquiera se levanta.
Pero yo creo que Tú
si quieres puedes curarla.
Y después de unos momentos
totalmente emocionada,
a su madre le decía;
te mira madre a la cara,
estoy segura, te habla.
El pueblo se quedó atónito
al ver esas palabras,
y nadie tenía dudas
de que algo grande pasara.
Un intenso escalofrío
congeló todas las almas,
y aunque el pueblo emocionado
no decía una palabra,
con ansiedad e impaciencia
el milagro se esperaba.
Pero siguió el Nazareno
sin detener la marcha,
y no dejó en pos de sí
la curación de la invalida.
Desilusionados todos,
y perdida la esperanza,
a la niña le decían;
es tremenda la desgracia
de ver irse al Nazareno
sin que a tu madre curara.
Tendréis que volver de nuevo
en otra Semana Santa.
Pero, la niña inocente
con fe inusitada,
a su madre le decía
toda envuelta en lágrimas.
No te desanimes madre,
por lo que oyes en la plaza
que el Señor no se irá
sin atender tu plegaria.
Y cuando oyó el Nazareno
hablar así a la muchacha;
miró hacía atrás conmovido,
y aunque no dijera nada,
la niña leyó en sus ojos,
estas divinas palabras.
A una fe como la tuya,
jamás vuelvo yo la espalda;
que se cure pues tu madre
y abandone ya la cama
sin que tenga que volver
en otra Semana Santa.
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